lunes, 7 de septiembre de 2015

LA REINA DE CORAZONES



El espectro se desvaneció lentamente como un azucarillo en un café. Las luces volvieron a su estado habitual. Sofía, enfrente de Matías,  no podía dar crédito a lo que acababa de presenciar. Fabián, preso de una gran agitación, inhalaba con avidez el humo de su pipa. Un poco más lejos cuatro personas permanecían pegadas a sus sillas. Lo que acababan de presenciar iba contra toda lógica. Los naipes de la baraja estaban ahora desparramados encima de la mesa de juego. Cartas negras y rojas formaban racimos sin orden ni concierto. Y la reina de corazones había caído sobre la alfombra. Entonces alguien la recogió del suelo con sigilo y la escondió en la palma de su mano.
“No puedo creer lo que he visto”, se repetía a si misma Abigail.
El jesuita tenía el semblante más serio de lo acostumbrado y sus ojos emitían un brillo mortecino. En aquellos momentos se estaba arrepintiendo de haber aceptado la invitación. Laura estaba tan asombrada que no podía casi ni pensar. Los ojos de Rubén eran ahora aún más profundos e impenetrables. En su interior intentaba encontrar algún esclarecimiento.
El tiempo parecía haberse detenido y ni siquiera el fragor de la tormenta era captado por los asistentes a la reunión. Lo cierto es que algo inaudito acababa de suceder. No quedaba ningún vestigio de la inesperada figura espectral y nuestros protagonistas estaban allí, aislados e incomunicados. Además, entre ellos había un presunto asesino, que tal vez podía ser peligroso.

                                                           De la novela “Eucaliptus rojos”



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