miércoles, 22 de marzo de 2017

UN VACÍO DE ARENA BLANCA

Amador Vega es doctor en filosofía por la Universidad de Friburgo de Brisgovia y catedrático de estética en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Su mundo transcurre entre la metafísica y el arte. Defiende que no solo es conveniente leer a Husserl y Heidegger, sino que también la estructura del alma se encuentra en el arte de pintores como Mark Rothko, o poetas como Angelus Silesius o Paul Celan.
Sostiene que Oriente es algo más que un espacio físico, es una región espiritual cuando manifiesta: “Siria y el Líbano son una metáfora en la que convergen los conflictos de la naturaleza humana, el combate con nuestros propios demonios…porque todos estamos hechos de tiempo y de memoria. Y la finalidad de la filosofía es aprender a morir.”
En su “Libro de horas de Beirut”, Amador Vega nos transporta de forma mágica a esa geografía indeterminada donde todo es posible, en la que se puede leer tranquilamente a Proust o tomar un té con sus amigos libaneses. En Beirut el tiempo se estira hasta que casi se detiene, se escuchan los silencios mientras suena la voz quebrada del almuédano que sigue recitando plegarias religiosas sin fin.
Con minuciosa paciencia Amador Vega nos relata su estado anímico, con sus dudas, certezas y pensamientos filosóficos, mientras Beirut le contempla lejos de toda realidad. Voces y conversaciones están siempre presentes en ese país oriental, pues como Amador Vega nos confiesa, Corán significa precisamente conversación, recitación, y añade que viajar es combatir la densidad del tiempo recorriendo lugares, es desconfigurar la memoria de quienes somos, es esculpir cada día justo aquello que queremos ahuyentar de nosotros mismos.
Amador Vega es asimismo un entusiasta de la hermenéutica imposible, ese recorrido a ciegas por la filosofía del exceso. Y se detiene a conciencia en el locus non locus, ese lugar inasible y difícil de localizar del que habla el Maestro Eckhart, místico alemán del siglo XIII. Es algo así como el mítico Aleph borgeano, que contempla simultáneamente todos los puntos del orbe. La génesis y comprensión de una teología oscura llevan al Maestro Eckhart a una poesía cálida y desnuda que nos acerca a los lamentos de San Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús.
Amador Vega concluye que la huella del desierto del Maestro Eckhart es la imagen solitaria de Dios, como el grano de mostaza: parvum in susbtantia, magnum in virtute.
Estos pensamientos de Amador Vega se funden con el lenguaje nuevo que descubrió el visionario mallorquín Ramón Llull, que con su “ars combinatoria” asombró a la intelectualidad de toda Europa. Su forma y sus paralelismos con las técnicas cabalistas y sufíes la acercaban a la moderna informática. Es imposible predecir el futuro basándose en el pasado, pues el porvenir emergerá precisamente de hechos que hoy todavía no conocemos.
Amador Vega señala que si al valor de la experiencia visionaria del mallorquín añadimos su voluntad de comunicación nos hallamos ante un proyecto de hermenéutica espiritual con proyección universal. Y si damos un paso en el tiempo nos encontraremos, tal vez, en los bellos jardines de Kyoto, en el país del sol naciente. En ese mágico enclave Amador Vega medita acerca de los poemas del gran Matsuo Basho, que vivió en el siglo XVII, cuando dice que el bambú de sus versos no es una metáfora de la existencia. Especula sobre la experiencia budista de la realidad, insiste en que los elementos de la misma son reales y que solo son eso. Su mirada soñadora se desliza sobre un vacío de la arena blanca.
Amador Vega ha confesado: “Toda obra de creación auténtica esconde bajo lo profano, aspectos sagrados. La Rothko Chapel de Houston, no es solo una obra de arte fundamental de nuestro tiempo, sino que es un espacio dedicado al culto interconfesional.”
Los conceptos de vacuidad de Oriente y las religiones mistéricas están más cerca de lo que parece. Los silencios, la meditación mística y el arte parecen una misma cosa.
La exclamación arrebatada del Maestro Eckhart “Ruego a Dios que me vacíe de Dios” es quizás un reconocimiento de la divinidad mediante la paradoja de negarla.
Posiblemente Amador Vega estaba reflexionando sobre todo ello una tarde evanescente en Beirut o en un jardín de arena blanca en un país muy lejano.