viernes, 7 de septiembre de 2018

ATARDECERES CON EINSTEIN Y GÖDEL



Hubiese sido emocionante estar allí, entre aquellos dos hombres que paseaban plácidamente por la amplia avenida rodeada de altivos árboles, y escuchar lo que decían. Andaban despacio, como si el tiempo no les importase en absoluto. Esto no dejaba de ser curioso, porque a uno de ellos disquisiciones teóricas sobre el tiempo le habían privado del sueño durante muchas noches. La tarde ya se iba, y un sol amarillo se ocultaba perezoso en el horizonte. Hacía algo de fresco y lloviznaba, pero eso parecía no importar demasiado a los caminantes. 

Tales paseos se repetían con frecuencia y observarlos desde la distancia constituía un hábito para los habitantes de aquella zona residencial. Sin embargo, esos dos hombres eran genios irrepetibles para la humanidad. Uno era el físico teórico más grande que jamás haya existido, el otro era un lógico y matemático que había puesto el conocimiento científico de aquel siglo patas arriba. Se trataba de Albert Einstein y de Kurt Gödel. La ciudad era Princeton y el itinerario que seguían habitualmente llevaba de Fuld Hall Olden Farm. Ambos eran inmigrantes y habían salido de sus países natales en Europa a causa de la guerra. Vivían su exilio como algo inevitable y se perdían en elucubraciones teóricas en sus inmensas esferas invisibles que les aislaban del resto de los humanos.
En cualquier sistema formal adecuado para la teoría de los números existe una fórmula indecible, que no puede demostrarse y su negación tampoco”, decía el hombre de gafas de pasta negra. El otro asentía levemente con la cabeza. Gödel pensaba que las matemáticas eran un medio para revelar las características de la realidad matemática objetiva, según Einstein eran una manera de mostrar la realidad física. Para este último la gravedad era una consecuencia inevitable de la configuración del espacio-tiempo. La energía contenida en un átomo era inconmensurable. La ecuación más famosa de todos los tiempos, ideada por aquel hombrecillo de cabellos grises y revueltos, flotaba en el aire    (E = m c 2).
 Lógica, matemáticas y física se entremezclaban intentando esclarecer las normas de un mundo confuso. Lo que a la mayoría de los mortales no les importaba a ellos les entusiasmaba: ¿Existe la realidad matemática fuera de nuestra mente? ¿Si un árbol cae en el bosque sin que nadie lo vea hace ruido? ¿Es defendible un platonismo matemático? ¿Pasado y futuro son equivalentes? ¿Hasta dónde debemos tomarnos en serio las proposiciones indecibles? ¿La velocidad de la luz es finita?
El cerebro de Einstein contenía mayor cantidad de sustancia blanca de lo habitual y como consecuencia sus conexiones sinápticas eran más veloces de lo normal. Eso le permitía profundizar en temas tan complejos como la estructura de la realidad. Gödel, a su vez, poseía una gran capacidad para el procesamiento lógico, más allá de lo que vemos a simple vista. También creía que la capacidad apriorística del espacio-tiempo suponía una evidencia insoslayable. 
Los atardeceres lánguidos siguieron sucediéndose. Los dos hombres continuaban susurrando palabras ininteligibles fuera de sus esferas envolventes. El paisaje y la arboleda cambiaban día tras día su fisionomía. Nubes y cielo contemplaban desde lo alto aquel lugar tan singular. El viejo caminito que va de Fuld Hall a Olden Farm guarda secretos que ya nunca nadie podrá desvelar. Forman parte de los encantos invisibles de Princeton.