jueves, 30 de julio de 2015

LA MUÑEQUITA DE MARFIL

La joven recordaba sus vagabundeos por el Paseo de las Palmeras, que poseía un encantador aire tropical. Cerca de allí, en la plaza del Rey, la muchacha solía visitar el Museo Arqueológico y allí dejaba volar su inflamada imaginación hasta las épocas más gloriosas de la primitiva ciudad imperial. En las diversas salas del museo, monedas antiguas, vasijas, platos, utensilios de cerámica y esculturas diversas permitían al visitante hacerse una idea de cómo era la vida de los pobladores de la población romana en épocas pretéritas.
De todos los objetos del museo había uno que le tenía robado el corazón: era una preciosa muñequita de marfil. La delicada figurita estaba articulada. Había sido hallada durante unos trabajos de excavación en un antiguo cementerio infantil de la época de los césares. La joven no pudo reprimir unas lágrimas pensando en aquella niña desconocida que había sido enterrada junto a su juguete predilecto.
Súbitamente tuvo una iluminación y se acordó de Nerea, la hija del procónsul Tibias de sus sueños de celofán. El hecho de haber podido hablar con la niña indicaba claramente que ésta no era un mero holograma. Probablemente Nerea era otro de sus alter egos, como Fideas, Vanesa o el propio Amelis. ¿La muñequita de marfil del Museo Arqueológico había sido la causa quizás de su extraño sueño? ¿O tal vez en otra vida ella había sido realmente Nerea? A Selena se le hacía muy difícil establecer la separación entre lo soñado y lo real.
La muchacha, observando los siete traslucidos discos de porcelana, se acordó de la Playa del Milagro de su ciudad nativa, donde miríadas de estrellas titilaban de forma armoniosa en los cielos nocturnos, donde disfrutaba de pequeña con los festivos fuegos de artificio, donde cangrejos rojos se arrastraban perezosos por la arena dorada, donde la luna cambiando periódicamente su fisonomía multiplicaba su imagen nocturna sobre el espejo del mar, quizás hasta siete veces, y desde donde se contemplaba a lo lejos el primitivo faro de Salou, cercano al lugar donde había nacido el genial arquitecto de la Sagrada Familia. Un faro con una enigmática escalera helicoidal en su interior, como las del templo gaudiniano, como la del acido desoxirribonucleico de la vida…
Selena recordó el momento en que contempló maravillada las fantásticas torres policromadas que imitaban mazorcas de maíz. Amelis le había dicho: “Estamos en la parte exterior del templo de la magia, el Templo de la Reina de Algalia. Está construido a imagen y semejanza del Templo de  la Sagrada Familia de Antoni  Gaudí.”
La joven podía recordar sólo parcialmente sucesos de su otra vida, a la que pertenecía su apacible infancia. También rememoraba acontecimientos que creía no haber visto ni experimentado con anterioridad.


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