miércoles, 4 de enero de 2017

EL EDÉN DE LA PUREZA EXTREMA

El papa emérito Benedicto XVI dijo de la novela sobre Anacroland de Francesc Montejo: “La creación de un mundo imaginario en Liturgias imperfectas es un modo de ver la relación entre la fe y la realidad empíricamente verificable.”

Tras varios años de silencio, la aparición de un manuscrito perdido de Alesia, la heroína de la historia, a modo de cuaderno de bitácora, aporta nuevas luces al enigma.

                     


                              EL EDÉN DE LA PUREZA EXTREMA
                                             (ESPEJOS DE UN TIEMPO IRREAL)
                                            

                                
Me había quedado dormida sobre la cubierta de la vieja chalupa. Apenas podía recordar mi nombre, Alesia. No podía contemplar mi joven rostro, algo pálido ahora, en ningún espejo, pues ninguno viajaba conmigo. Mis cabellos dorados caían sobre mis hombros, cubiertos por un delgado chal traslucido. Atrás quedaba el fantástico mundo de Anacroland. El aire era denso y una fina acuosidad impregnaba la atmósfera. Casi se podía palpar la salinidad del ambiente. La barca se adentraba lentamente en las aguas innavegables del Mar de las Tinieblas.  Argos, mi fiel perrillo, estaba tumbado a mis pies. Me lamía los pies con mimo, como queriendo protegerme de los espíritus impuros que vagaban por aquellos lares.
Navegaba ligera de equipaje, más en mi memoria, algo desgastada, guardaba recuerdos que procuraría no perder en la noche de los tiempos. Mi sueño era ligero, como de algodón de hilar, y se mezclaba con pasajes de realidad y otros de irrealidad. ¿Acaso existe una frontera clara entre esos dos reinos?
Las palabras de Utar, aún resonaban en mi mente: “En Anacroland en cambio, el tiempo es lineal, como lo era en tu tierra natal, la Tarraco romana. Los sueños son como de lluvia fina y se desvanecen al despertarnos. Nuestros científicos piensan que Anacroland surgió como consecuencia de una fuertísima tormenta magnética que afectó a tu cerebro mientras dormías. Este tipo de fenómenos ocasionan el cambio de sentido del spin de los electrones atómicos del cerebro y los sueños quedan atrapados en un bucle de tiempo, como un insecto en un fósil. Un corte del país de tus sueños quedó retenido entre dos civilizaciones virtuales totalmente antagónicas. Isinia, un país de campesinos y pastores, cuya cronología era anterior a Cristo, quedaba yuxtapuesta a una civilización que vivía unos dos mil de años más allá, Agnosinia. Y allí estabas tú soñando todo aquello, con un protagonismo excepcional.”
En mis delirios oníricos aparecía siempre mi ciudad. Me veía paseando por una majestuosa avenida poblada de altivas palmeras junto al mar.
 “Utar, ¿dónde estás? Por favor, dime algo”, sollocé amargamente.
Sabía que aquel castigo, impuesto por los altos mandatarios del pueblo isinio, era injusto, pero nada podía hacer para evitarlo. Las barbaridades forman parte de la naturaleza humana, o tal vez de cualquier sistema que sea capaz de pensar por sí mismo y posea libre albedrio. Estaba dispuesta a seguir adelante. Al fin y al cabo, nada podía ya perder. ¿Y si reencontrara a Utar en aquel mar inmenso?
Recordaba con dulzura lo que había dicho la reina Amara, la madre de mi amado: “En el Mar de la Tinieblas duerme mi hijo.”
¿Sería cierta tal afirmación?
 Me levanto y dirijo la mirada hacia Agnopolis. La enorme ciudad reluce en mil chispas que colorean la noche de melancolía.
Más lejos, he de ir más lejos”, me digo a mí misma. Mis anhelos son parecidos a los de Ulises cuando se dirigía a la mítica Ítaca.
Resuenan en mi alma unos versos legendarios: “La niebla se desvanece. Los dioses enmudecen ante el inconcebible acontecimiento. Las cenizas caen sobre los campos de los héroes, como estrellas perdidas, como luces agónicas en una cronología incierta.  El silencio establece su soberanía. El estupor impide hablar a los necios.”
Rememoro una aseveración perspicaz: “Somos la consecuencia de un pasado intrincado. Aprendamos a superar la intolerancia y las ideologías totalitarias, y perpetuemos la memoria de aquellos que murieron en vano, víctimas de la infamia.”
La liviana chalupa será llevada por el soplo de los dioses hacia un destino indeterminado.
Contemplo la inmensa ciudad de los agnosinios desde la proa frágil, junto a una bandera blanca y amarilla, que muestra el emblema de un reloj de arena, y que ondea, indolente, impulsada por la suave brisa. Agnopolis será pronto tan sólo un punto de luz en la inmensidad lóbrega.
Evoco unas palabras mesiánicas: “No inmoléis a los devotos de la gracia divina. El mundo no se rige por dioses vengativos. Naves de fuego surcarán la línea del horizonte y se perderán en sus entrañas. La realidad será más evidente que la locura. No entendáis estas palabras como un enigma sin fin. El mensaje del amor está por encima de las leyes esotéricas del mundo. El viento y el mar se encalman, como el inocente que acepta sin más un castigo inmerecido. Dejad que los infaustos hados marquen el rumbo de vuestro velero. La sabiduría subyace en el desprecio de las debilidades. En verdad, la bondad busca la luz en la tenebrosidad y cuando está perdida se orienta incluso en medio de la negra noche.”
Recuerdo con nostalgia retazos de unas reflexiones conmovedoras: “Existe un momento mágico en el que alcanzas tal entendimiento de la importancia de las emociones y de los sentimientos que te quedas sin respiración. La comprensión intuitiva de las bases cibernéticas de la ética y la moral humanas va más allá de cualquier connotación de tipo neurológico o religioso.”
Una luz blanca aviva pálidamente un mar incomprensible. Hay algo impalpable en aquella luminiscencia irreal, es como una magia escondida. Un tatuaje circular brilla fugazmente en lo alto de uno de mis espigados brazos. Entonces rescato de mi memoria cómo fue mi llegada al país de los isinios.
Aprendí sin demasiadas dificultades la lengua de mi pueblo de adopción, un dialecto del arameo que se escribía mediante unos símbolos extraños. Asimismo, fui instruida en el lenguaje de sus vecinos, los agnosinios, basado en el alfabeto árabe. Fui adoctrinada en la religión isinia, que veneraba a Nefertiti y a Sekhmet, dioses del Egipto antiguo. En sus ceremoniales, donde el incienso era tan intenso que casi no dejaba respirar, se leían textos sagrados del Kaají, el libro que había recibido de la divinidad su insigne profeta Izael.
En épocas pretéritas los isinios acostumbraban a ofrecer sacrificios de animales a sus dioses, en el altar situado en la cámara principal de la Pirámide Dorada o junto al monolito dedicado al divino Sekhmet, que exhibía una curiosa cabeza de gato. Corrían rumores que durante la guerra contra los agnosinios incluso se habían celebrado ofrendas humanas utilizando algunos de los prisioneros.
Los isinios vivían en tiendas de pieles de animales situadas en las afueras de Agnopolis y contaban con una serie de monumentos a los que reverenciaban. Consideraban que eran puentes de unión con el más allá. La Escalera Helicoidal no se atrevían a pisarla porque les infundía un temor ancestral. El impresionante Castillo de Fideas estaba abandonado y sus estancias permanecían cubiertas de una densa capa de moho y polvo.
Tampoco nadie era capaz de vagar por las orillas del misterioso Lago de Mercurio. Ciertas leyendas aseguraban que el rio Tulcis, que nacía en el mismo, conducía a ciudades donde habitaban seres del inframundo.
Los isinios constituían un pueblo formado por tribus gobernadas por patriarcas. Eran errantes y vivían de la agricultura y el pastoreo. Los patriarcas acostumbraban a poseer varias concubinas. No disponían de organización política ni tampoco enarbolaban bandera ni estandarte alguno.
El Kaají, el gran libro sagrado, prohibía tácitamente a los isinios mantener relaciones con gentes de otros pueblos. La desobediencia a esta norma integrista estaba sancionada con graves castigos. Únicamente estaban permitidos algunos contactos estrictamente comerciales, como los que se realizaban en la zona situada en los extramuros de Agnosinia. Nadie sabía a ciencia cierta si estas pautas eran una forma encubierta de racismo o la consecuencia inevitable de la rivalidad con sus vecinos.
Reviví el día en que conocí a Izael, el profeta y oráculo del pueblo isinio. Estaba arrodillado junto a la Pirámide Dorada, orando en silencio bajo la luz cenital de Aedes. El cielo mostraba unas ligeras gamas anaranjadas y aquel viejo de barba luenga le aseguró que los dioses estaban furiosos y que algo malo iba a suceder. Durante los días siguientes no dejó de llover y cientos de personas murieron ahogadas en las aguas de la colosal tormenta.
 En otra ocasión vi a Izael observando cómo la luz blanca de Aedes entraba por un agujero invisible de una de las caras de la Pirámide Dorada y se reflejaba sobre el centro geométrico del altar de los ofrecimientos. El oráculo le reveló que los dioses renovaban periódicamente su protección hacia su pueblo y que aquel haz de luz divina era la prueba de lo que decía.
Sin embargo, no todo era placidez en Isinia. Ulías, un joven apicultor de fuerte complexión y ojos azules, mantenía en jaque a los defensores de la religión imperante. Hablaba de un dios todopoderoso, eterno, omnipresente, bueno en lo bueno e invisible. Su doctrina se basaba en el amor, que según decía era lo único que daba sentido a la vida.
Unos cientos de seguidores abrazaron de inmediato el ulianismo, las enseñanzas de aquel iluminado que aseguraba tener vínculos con el más allá. La nueva religión rechazaba las ofrendas a los dioses y defendía la práctica ritual de la meditación y la oración.
 Anadiel, un joven campesino fue uno de los primeros discípulos que se unió a la asamblea de fieles de Ulías. Alesia siempre creyó adivinar un excepcional fulgor en los ojos verdes de aquel inquieto labrador.
Imelda, una trovadora excéntrica, recitaba versos sobre el libre albedrío y la injusticia. Mostraba unos cabellos ensortijados de pronunciadas tonalidades rojizas y unos ojos claros en los que se reflejaba un espíritu contradictorio. Cuando la poetisa vio a Alesia le sonrió con aire bondadoso. “¿Qué le habría originado aquella lamentable enajenación?”, se preguntó la pastora.
“Existe un pasado sin comienzo que renace cada tarde, como el apetito, la muerte, el sueño y las palabras teñidas de traición”, dijo Imelda con voz temblorosa.
Ulías acarició su barba mientras sonreía. Luego dijo: “El concepto de Dios da sentido a la humanidad. La fe es trascendental en nuestras vidas, valida todo lo que realizamos. El amor se encarga del resto.”
El apicultor isinio se detuvo, dejando perder su mirada azul en la nada. En seguida añadió: “El dios invisible del amor velará siempre por vosotros y mi espíritu inmortal os protegerá cuando flaqueéis. Las oraciones dirigidas al infinito llegarán al todopoderoso por medio de vuestros labios. Ahora creo que ya es momento de dejaros. Afuera los soldados aguardan para cumplir con su obligación.”
En una ocasión Utar me dijo: “La vida individual carece de valor para los agnosinios. Sólo es un simple eslabón de una larga cadena evolutiva. La vida para su supervivencia se sustenta en estrategias como la compasión, la ignorancia, la caridad, el amor, la sensorialidad…Mediante nuestros sentidos captamos información que nos es muy útil en el día a día. La cantidad de ese elemento que asimilamos es proporcional al efecto sorpresivo que nos produce. Buscamos, sin saberlo, los hechos insólitos. Dicho en otras palabras, somos consumidores de improbabilidad.”
Eres el reflejo de mi amor que arde. Estás tan lejos, pero tan cerca de mí. Busco en ti mi otro yo, mi otra parte. Siento mi espíritu confuso pensando en ti. Soñadora como tú, pasión oscura, deseando morir de besos deliciosos. Soy la Diosa de la Dulce Vida y me acompañan tus esclavos hermosos.
Recordé un pasaje singular del Kaají: “La diosa se convierte en fuego. Tal vez ha preferido este atrevido disfraz. Sus enemigos están derrotados y sin palabras. Su mirada es pura como la luz. Prepara unas improvisadas ofrendas para apaciguar la ira del destino. Los oráculos le han prevenido de la fuerza oculta de los vientos del más allá. Ella no quiere morir ahogada en la cólera y la soberbia de un mundo cruento. Prefiere, acaso, una vida apacible en un jardín perfumado de naranjos sublimes, donde habitan los inmortales, junto a papagayos de colores muy bellos.”
Acaso sin saberlo estoy buscando la isla perdida de la pureza extrema, llena de parterres de flores maravillosas que adornan unos jardines de ensueño. Se dice que en ella vive aquella fuerza primigenia que surgió de la nada, como el big bang, y que la verdad es inmutable en ese santuario inalcanzable. Mis pensamientos son livianos, como lo es mi alma en ese día lleno de dulzor y acritud.
Dicen que una neblina dorada lo envuelve todo. Afirman que su presencia provoca la locura y te da a su vez cordura, toda una contradicción.
 No sé quién soy, aunque intuyo que soy lo que recuerdo. Soy eso que guardan celosamente las neuronas de mi cerebro en uniones de las sinapsis, fortalecidas por sorprendentes reacciones químicas.
¿Acaso quarks y electrones son la materia de la que estamos formados? ¿Es ese barro celeste nuestra estructura elemental?
Si somos nuestros recuerdos y esos son manipulables por el cerebro, que solo busca respuestas contundentes y no acepta la ambigüedad, ¿qué somos a fin de cuentas? ¿Muñecos rotos? ¿payasos cósmicos?
El ser humano posee un exceso de emotividad que procede de la evolución, de ese interminable proceso que dura millones de años. Lo dijo un arqueólogo de prestigio. Por otro lado, el problema del ser humano es la existencia del mal. Ese es el gran problema del homo sapiens moderno. Los animales no conocen la maldad y son felices. No experimentan angustia existencial.
Las tres religiones monoteístas más extendidas, cristianismo, judaísmo e islamismo poseen características comunes. Creen en los patriarcas, los profetas y los líderes espirituales. Se basan en la fe, esa vasija de barro. Su dios es único y todopoderoso. Nuestro ulianismo, que eclosionó abruptamente tras el martirio del hombre de la miel, es un precedente histórico de todas ellas, en el ámbito del Mar de la Tinieblas, donde está situada la magnificente isla de Anacroland, donde reinan los anacronismos. Otras religiones más esotéricas, y ciertas corrientes espirituales ayudan a los humanos a soportar el peso de la incertidumbre existencial.
Deseo fervientemente hallar la soñada isla de la neblina dorada, la pequeña isla de Patmos, con nombre idéntico a la referida por San Juan Evangelista en el Apocalipsis cuando fue arrebatado por un espíritu superior y oyó una voz fuerte que decía: “Lo que vieres, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias…Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los candeleros las siete iglesias.”
Todo ello está redactado en un lenguaje encriptado y en clave simbólica, pues la mitología era el instrumento utilizado en la redacción de fábulas grandilocuentes para explicar las cosmogonías de la existencia del universo y de todo lo que tenía cabida en el mismo.
Nada debe ser interpretado al pie de la letra, sino que debe saber leerse entrelíneas, al igual que hacemos con los hechos cotidianos para alcanzar un cierto grado de conocimiento. Dice San Juan: “Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos…Cuando abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo como por espacio de media hora.”
Igmar Bergman dirigió una película memorable sobre la vida y la muerte, que tituló el Séptimo Sello, haciéndose eco de esa cita bíblica. La cinta describe el errático devenir de un cruzado que regresa de Tierra Santa en una Europa medieval azotada por la peste negra.
El Apocalipsis acaba con esas palabras: “Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía de ese libro que, si alguno añade a esas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas descritas en ese libro. Y si alguno quita de las palabras de ese libro esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están escritos en ese libro. Dice el que testifica esas cosas: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, señor Jesús. La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén.”
He recalado en la orilla amarilla de una pequeña playa envuelta en brumas. Un polvo de oro lo invade todo. Creo que es Patmos… Me adentro en la noche oscura.
Una paz relajante me embarga. Más allá del bien y del mal habita el espíritu de la verdad. De una revelación subjetiva que nos llena de tristeza y de alegría. Captamos solo una parte de la esencia íntima del cosmos: quarks, electrones, radiaciones electromagnéticas, ondas sonoras, moléculas sensoriales…A fin de cuentas vemos lo que deseamos ver…tal vez rayos de luz rebotando sobre escudos atómicos.
Si un árbol cae en el bosque y no lo ve nadie, ¿hace ruido? Esa pregunta se la hacía el filósofo irlandés George Berkeley allá por el siglo XVIII…
La respuesta es rotunda: no. El ruido se crea únicamente en la mente de los seres vivos. Pero, además, yo me pregunto: ¿Existe el árbol si no hay nadie que lo observe?
Si buscáramos con sumo cuidado, tal vez solo encontraríamos partículas elementales enlazadas entre sí por fuerzas interatómicas con distinta intensidad de enlace.
La figura del árbol es una convención de nuestra mente, ocupada siempre en poner etiquetas a todo lo que percibimos: objetos, sensaciones, emociones, sentimientos…
Apocalipsis, mensaje evangélico contra las diversas encarnaciones del poder del mal, el poder imperial y el gnosticismo filosófico. Es una dramatización teológica, en el que el diálogo de ideas es el foco principal de la interpretación de ese teatro simbólico.
Iglesias, Cordero, trompetas, libros sagrados, sellos inmemoriales, bestias, reino de Dios, batallas, juicios, Babilonia, Jerusalén, copas, castigos, recompensas, lamentaciones, Armagedón, ángeles y demonios, gracia divina…
Estoy verificando los límites de mi propia periferia. Más allá no existe nada. Me siento sola en la inmensidad fría. Del cielo caen relámpagos multicolores, una lava roja que no quema surge de la tierra, dinosaurios prehistóricos aúllan con lamentos negros, sonidos celestiales impregnan el orbe, huelo a vainilla, a jazmín y a mar, partículas doradas levitan ante mis ojos como cascadas de agua incesante, el cielo posee un color violeta que vira hacia un magenta oscuro.
 Bebo vino tinto y saboreo el pan de la vida. La muerte me da la mano. Siento un pálpito inaudito en mi corazón. Soy consciente de hallarme en el mítico edén de la pureza extrema. Utar, mi amado, y todos los otros personajes que he conocido solo son una ilusión de me cerebro. Mis vivencias penden de un hilo, almacenadas en unas conexiones sinápticas elementales, de una naturaleza muy frágil.
Observo a lo lejos la chalupa de velas blancas, enclavada en la lejanía de un horizonte plateado. Tal vez Patmos esté en el locus non locus del Maestro Eckhart, filósofo alemán del siglo XIII, el lugar sin lugar, un sitio inexistente donde los contrarios coexisten y los amantes habitan. O en palabras del filósofo Amador Vega: “La pobreza o desnudez espiritual es el lugar de encuentro del alma con Dios, pero como tal lugar se trata de un locus non locus, dado que la meditación se produce sobre el vacío del alma aniquilada…”  Es el análisis lúcido de una hermenéutica imposible de ese portentoso poeta del excelso.
Has palpado la realidad. No has dejado huellas en la superficie. Tus yemas no muestran esos delicados surcos casi invisibles de los hombres y mujeres de antaño. Nubarrones grises de tonos perla se dejan llevar por vientos tormentosos. La ciudad fría se calienta con las luces sintéticas que le insuflan una vida casi artificial. En sueños hallarás las respuestas que buscas. Mis palabras son lava fundida del crisol de la vida. En ellas encontrarás vestigios divinos del fuego sagrado de la realidad.
Recuerdo las palabras afables que se me reveló en sueños Lothos, el anciano sacerdote del faraón Zostar: “La vida es como un rito. Tras el fastuoso ceremonial de un ritual, tras el trivial mecanicismo de un gesto, de unas palabras, quizás huecas, se oculta su fuego sagrado, su razón de ser. La vida no sabemos si obedece al puro azar, pero intuimos dimensiones mágicas. Éstas permiten que la curiosidad por conocer qué se esconde más allá de la muerte sea lo que nos mantenga vivos.”
Sé que Isinia y Agnosinia son países separados por culturas que difieren en más de dos mil años y que conviven por azar en la insólita isla de Anacroland, iluminada por la luz cenital de un astro llamado Aedes.
Cuando apareció nuestro universo las partículas y las antipartículas se aniquilaron mutuamente…si este proceso hubiese sido totalmente simétrico ahora no existiríamos. Lo hacemos porque existe una pequeña asimetría…Tras el big bang se originó de forma neta un nucleón por cada diez metros cúbicos de materia celestial. Y de ahí nació todo: átomos, estrellas, planetas…y nosotros.
Paradójicamente el filósofo alemán Markus Gabriel sostiene que el mundo no existe. Según él el mundo es la suma infinita de todas las posibilidades y como no podemos vivirlas todos simultáneamente, este ideal de mundo se esfuma. Añade que el mundo es múltiple en lo infinito. ¡Es inverosímil esa conclusión sofista!
 No puedo olvidar unos bellos pensamientos de Imhotep, el fantasma que vaga errante por la eternidad: “La probabilidad de la existencia de un hombre, como ser individual, es tan pequeña que cuando se produce deberíamos maravillarnos y pensar que se hemos asistido a un hecho milagroso. ¡Son tantos los que jamás existirán! ¡La muerte no debería sorprendernos!”
Mi perrillo Argos se ha desvanecido. Espejos de un tiempo irreal descubren un vacío inmutable, es el retorno al paraíso perdido, al edén de la pureza extrema.
       





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