miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL CÁLIZ DE IRIA FLAVIA

Estoy  fascinada con mi hallazgo. A veces las cosas más increíbles acontecen sin causa aparente. He de confesar que soy escéptica por naturaleza, más cuando acaricio el cáliz de cuarzo de Iria Flavia me siento como arrebatada por una magia incontrolable y transportada  a un mundo efervescente de belleza inquietante.

       Siempre me ha atraído la elucidación de misterios, tanto los de tipo histórico como los concernientes al ámbito científico. Tiempo atrás estuve enfrascada en resolver el enigma de un supuesto código oculto en la Biblia. Tras una ardua labor de investigación pude verificar que en un libro como el citado, articulado por un numero finito de caracteres, letras y signos de puntuación, existen a su vez un número infinito de mundos posibles. Era evidente que vemos lo que deseamos ver, y que una mirada demasiado profunda distorsiona la imagen de la realidad, y nos impide distinguir las múltiples reverberaciones de la luz  en una cualquiera de sus caras,  o nos oculta el brillo fugaz de un rayo de sol en alguna de sus aristas. A veces nos hallamos ante puertas  que nos conducen a mundos ocultos, como la puerta lofcraftniana a la que se refería el pintor Antoni Tàpies  cuando hablaba de traspasar el umbral metafórico que surge de una profunda inquietud por encontrar imágenes que expresen acertadamente unas ideas abstractas. Ese límite intangible, acaso no lo traspasemos nunca pero sabemos que está allí, esperándonos,  como nos espera la muerte, recogida y en silencio.

                                                               De "Preludio de la sabiduría"
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