viernes, 29 de septiembre de 2017

ALEGORÍAS DE FUEGO


Mi curiosidad va más allá del discernimiento de la verdadera identidad de un personaje histórico o de averiguar si un hecho aparentemente portentoso puede explicarse atendiendo a alguna de las leyes físicas conocidas. Lo que realmente me embelesa es poderme sumergir en el océano surrealista del conocimiento y perderme en los rincones más absurdos de nuestra realidad virtual, más allá de temores, prejuicios o falsas reglas sociales. Me interesa la verdad, aunque me duela. Me fascina leer entrelíneas la historia del universo y de la humanidad para descubrir enigmas ocultos relativos a la vida y la muerte. Mi afán es captar la esencia de las cosas. Me apasionan los metalenguajes de las lenguas evidentes, porque nos muestran maravillas insospechadas.
Escribo estas memorias improvisadas porque tengo la imperiosa necesidad de hacerlo. Siempre he tenido una curiosidad casi enfermiza por conocer todo lo que me rodea, inclusive lo intangible. Tal vez esa sea la última explicación de mi casi hermética tarea. Soy agnóstica, más me interesa ahondar en la naturaleza de las religiones, acaso con la secreta esperanza de que algún día se produzca un milagro o una iluminación. La verdad es que no creo demasiado en esa última contingencia, pero me resisto a cerrar definitivamente las puertas a esa posibilidad improbable.
A veces, cuando leo un texto filosófico que me enardece, tengo la sensación que no acabo de comprenderlo del todo. Se apodera de mí un inexplicable arrebatamiento y  se me adormecen dulcemente los sentidos. Aquello que no concibo con la luz del entendimiento lo percibo con un sexto sentido, ese piloto automático de nuestro cerebro, esa red de sinapsis excelsas que trabaja más que nunca cuando estamos relajados y nuestra actividad mental parece menguar.
Los antiguos Mayas habían alcanzado la sapiencia más preciada…Llenaban sus crepúsculos añiles de sangre inocente proveniente de sacrificios cruentos y bebían extasiados del cáliz eterno de la juventud. ¿Especulaban acaso que la vida de un hombre posee sólo un precio relativo?
Se sabe que uno de los valores más valiosos de la humanidad son las relaciones entre los individuos de una colectividad…los lazos invisibles que los une, sus emociones, sus creencias compartidas. Esta red invisible configura valores intangibles como la moral y la ética…y el amor, que crea una fuerte dependencia entre los individuos de una sociedad…milagro cotidiano en el que se preserva la vida, la vida con luces de neón.
De todo ello hay quién concluye una atroz paradoja: la vida individual es tremendamente valiosa para el conjunto de la sociedad, pero una vida aislada apenas tiene ningún valor en sí misma. Y la supervivencia se sostiene también por otros valores espirituales, como la cultura, que configura una evidente hipótesis de existencia.
Contemplados desde la luna, hombres y mujeres son vidas que se encienden y se apagan. Un día también se acabará nuestro universo, según recientes descubrimientos astronómicos. Seremos fuego eterno y finalmente ceniza.
Ahora me siento un poco más sabia… también, un poco más vieja. Los conceptos antagónicos se dan la mano en un yin yang infinito. El tiempo se encorva sobre sí mismo y se reinventa cada día un millón de veces. Las verdades aprehendidas son el preludio de la sabiduría.

Del libro “Preludio de la sabiduría” de Francesc Montejo

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