miércoles, 7 de octubre de 2015

UN VIENTO GÉLIDO

Un sueño viaja en un viento gélido. La realidad indescifrable. Conceptos inalcanzables. Una distorsión del tiempo del país sin tiempo. Un exiguo microcosmos. Una tormenta magnética. Enloquecieron los spines atómicos. Y la materia giró de repente en sentido contrario. ¡Qué curioso! Desde lo más alto del Faro de la Realidad, Alesia contemplaba el amenazante Mar de las Tinieblas.
La muchacha sentía una extraña atracción entre mística y sensual hacia aquella grandiosa embocadura oscura. Los héroes literarios eran el reflejo de la genética inconsciente. Nos cercaban e influían en nuestro estado de ánimo. Era un juego interminable en el que ellos eran nosotros. ¿Servían Ulises o Anna Karenina como patrones de nuestro comportamiento?
¿Las artes eran un bálsamo para el alma? Según le había explicado Utar, ésta era una hipótesis plausible. Tal vez podrían restaurar el equilibrio espiritual, alterado por el dolor y el sufrimiento.
 La muchacha recordó una inscripción en una lápida de piedra que vislumbró en uno de sus sueños: Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

 Esta reflexión del filósofo vienés  Lugwing Wittgenstein  resume de manera sintética su visión sobre la filosofía del lenguaje. La obra de Wittgenstein bucea en la interpretación del significado del lenguaje e indirectamente trata de establecer la relación entre éste y la realidad. Este planteamiento wittgensteniano define el alcance de nuestra realidad ingenua, la que nos permite contemplar el universo cómo exactamente nosotros lo vemos.

                                                        De la novela "Liturgias imperfectas"


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