“No puedo creer lo que he visto”, se repetía a si
misma Abigail.
El jesuita tenía el semblante más serio de lo
acostumbrado y sus ojos emitían un brillo mortecino. En aquellos momentos se
estaba arrepintiendo de haber aceptado la invitación. Laura estaba tan
asombrada que no podía casi ni pensar. Los ojos de Rubén eran ahora aún más
profundos e impenetrables. En su interior intentaba encontrar algún
esclarecimiento.
El tiempo parecía haberse detenido y ni siquiera el
fragor de la tormenta era captado por los asistentes a la reunión. Lo cierto es
que algo inaudito acababa de suceder. No quedaba ningún vestigio de la
inesperada figura espectral y nuestros protagonistas estaban allí, aislados e
incomunicados. Además, entre ellos había un presunto asesino, que tal vez podía
ser peligroso.
De la
novela “Eucaliptus rojos”
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