Cuando el sacerdote abandonó la
estancia un vacío yermo se instaló en el corazón de la doncella. Alesia
respiraba pausadamente. Curiosamente no temía por lo que pudiese ocurrirle: la
paz de Ulías le atemperaba el espíritu. El recuerdo de Utar era su fuerza. La
luz blanca de Aedes, que se filtraba a hurtadillas desde el exterior, exaltaba
su coraje.
Viajero,
poeta, cuando no encuentres las cumbres heladas, cuando tu camino esté lleno de
espinos y las piedras quiebren tus pies descalzos, mira piadosamente a la luz
que te da la vida. Bajo este resplandor bendito, la sensualidad de las sombras
dará cobijo a tus voluntades. Palabras que vienen del silencio, cuando los
amantes están tan distantes, acercad vuestra sabiduría para generar consuelo, para
que seáis bálsamo de las temidas penas. ¡Corramos el velo imperceptible de la
noche funesta! Y hablemos de arte y poesía, que nos aportan recuerdos bellos de
cuando nos amábamos sin tregua.
Los pensamientos de Alesia se
estancaban en la opacidad incierta de su existencia. Todo este cúmulo de
sentimientos no lo percibía de forma consciente, sino como en una lejanía que
la tenía hundida en un pozo de lóbregas emociones.
Ni el miedo ni la incertidumbre
acompañan al animal moribundo. Quién espera su fin, exhausto y sin esperanza,
muchas veces pierde. Otras veces gana en este insulso combate contra los
elementos oscuros. Ante los asesinos, la dignidad del virtuoso responde
serenamente. La muerte ha sido creada por el hombre.
De la novela "Liturgias imperfectas"
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