La joven recordaba sus vagabundeos por el Paseo de las Palmeras, que poseía un encantador aire tropical.
Cerca de allí, en la plaza del Rey, la muchacha solía visitar el Museo Arqueológico y allí dejaba volar
su inflamada imaginación hasta las épocas más gloriosas de la primitiva ciudad
imperial. En las diversas salas del museo, monedas antiguas, vasijas, platos,
utensilios de cerámica y esculturas diversas permitían al visitante hacerse una
idea de cómo era la vida de los pobladores de la población romana en épocas
pretéritas.
De todos los objetos del museo había uno que le tenía robado el
corazón: era una preciosa muñequita de
marfil. La delicada figurita estaba articulada. Había sido hallada durante
unos trabajos de excavación en un antiguo cementerio infantil de la época de
los césares. La joven no pudo reprimir unas lágrimas pensando en aquella niña
desconocida que había sido enterrada junto a su juguete predilecto.
Súbitamente tuvo una iluminación y se acordó de Nerea, la hija del
procónsul Tibias de sus sueños de celofán. El hecho de haber podido hablar con
la niña indicaba claramente que ésta no era un mero holograma. Probablemente
Nerea era otro de sus alter egos,
como Fideas, Vanesa o el propio Amelis. ¿La muñequita de marfil del Museo
Arqueológico había sido la causa quizás de su extraño sueño? ¿O tal vez en otra
vida ella había sido realmente Nerea? A Selena se le hacía muy difícil
establecer la separación entre lo soñado y lo real.
La
muchacha, observando los siete traslucidos discos de porcelana, se acordó de la
Playa del Milagro de su ciudad
nativa, donde miríadas de estrellas titilaban de forma armoniosa en los cielos
nocturnos, donde disfrutaba de pequeña con los festivos fuegos de artificio,
donde cangrejos rojos se arrastraban perezosos por la arena dorada, donde la
luna cambiando periódicamente su fisonomía multiplicaba su imagen nocturna
sobre el espejo del mar, quizás hasta siete veces, y desde donde se contemplaba
a lo lejos el primitivo faro de Salou, cercano al lugar donde había nacido el
genial arquitecto de la Sagrada Familia. Un faro con una enigmática escalera
helicoidal en su interior, como las del templo gaudiniano, como la del acido
desoxirribonucleico de la vida…
Selena
recordó el momento en que contempló maravillada las fantásticas torres
policromadas que imitaban mazorcas de maíz. Amelis le había dicho: “Estamos en
la parte exterior del templo de la magia, el Templo de la Reina de Algalia.
Está construido a imagen y semejanza del Templo de la Sagrada Familia de Antoni Gaudí.”
La joven
podía recordar sólo parcialmente sucesos de su otra vida, a la que pertenecía
su apacible infancia. También rememoraba acontecimientos que creía no haber
visto ni experimentado con anterioridad.
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