La soñadora recordaba también la tradición del agua
milagrosa de Sant Magí, el patrón de la moderna Tarraco. En la vigilia del
santo, una ancestral procesión recorría la ciudad, encabezada por Magí de las Timbalas, un simpático
personaje que montado en un burrito hacía sonar solemnemente unos sonoros
tambores. Le seguían gigantes y cabezudos al son de la música festiva. El Negrito, con su traje blanco almidonado,
mostraba en sus manos los papeles de su libertad, la certificación del fin de
su esclavitud. La guapa Negrita, su
compañera del alma, con su vestido acampanado a rayas blancas y rojas,
portaba un vistoso lorito verde,
recuerdo de su querida tierra caribeña.
A la soñadora le gustaba caminar por la Rambla Nova y
acercarse al Balcón del Mediterráneo,
un señorial mirador desde el que se divisaba un mar saturado de azul y plata.
Una estatua de Roger de Llúria,
almirante de la Corona de Aragón, observaba permanentemente desde aquel lugar
privilegiado la lejana línea del horizonte.
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