Un sueño viaja en un viento
gélido. La realidad indescifrable. Conceptos inalcanzables. Una distorsión del
tiempo del país sin tiempo. Un exiguo
microcosmos. Una tormenta magnética. Enloquecieron los spines atómicos. Y la
materia giró de repente en sentido contrario. ¡Qué curioso! Desde lo más alto
del Faro de la Realidad, Alesia contemplaba el amenazante Mar de las Tinieblas.
La muchacha sentía una extraña
atracción entre mística y sensual hacia aquella grandiosa embocadura oscura.
Los héroes literarios eran el reflejo de la genética inconsciente. Nos cercaban
e influían en nuestro estado de ánimo. Era un juego interminable en el que
ellos eran nosotros. ¿Servían Ulises o Anna Karenina como patrones de nuestro
comportamiento?
¿Las artes eran un bálsamo para
el alma? Según le había explicado Utar, ésta era una hipótesis plausible. Tal
vez podrían restaurar el equilibrio espiritual, alterado por el dolor y el
sufrimiento.
La muchacha recordó una inscripción en una
lápida de piedra que vislumbró en uno de sus sueños: Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Esta reflexión del filósofo vienés Lugwing
Wittgenstein resume de manera
sintética su visión sobre la filosofía del lenguaje. La obra de Wittgenstein
bucea en la interpretación del significado del lenguaje e indirectamente trata
de establecer la relación entre éste y la realidad. Este planteamiento wittgensteniano define el alcance de
nuestra realidad ingenua, la que nos
permite contemplar el universo cómo exactamente nosotros lo vemos.
De la novela "Liturgias imperfectas"
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