Hálitos y espíritus impuros merodeaban
alrededor de los eucaliptus. La imaginación de Sofía alcanzaba límites
intangibles.
Era
curioso observar como los rizos del tiempo, los laberintos de espejos rotos, se
ensortijan sobre sí mismos, se retiran y regresan cuando menos lo esperas.
El
grito agudo de una lechuza la alejó de su ensoñación enfermiza. Las remembranzas cruzaban su memoria como
golondrinas por una playa desierta. Los misterios parecían flotar en las ondas
del viento, ese viento que cobija tantos secretos ocultos en sus entrañas.
Pronto caería la luz con la noche dentro, como un velo negro. Tal vez sería una
noche increíble, donde renacería el pasado, donde moriría el presente aciago.
De la novela “Eucaliptus rojos”
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