
La
joven sentía en su interior trazos difusos de un mundo inexplorado, de un
universo inalcanzable.
¡Qué
hacer ante tanta absurdidad! Tenía que moldear su alma, revestida de un cuerpo
irreconocible, a la luz de las viejas enseñanzas de los sabios.
La interminable podredumbre de la sangre,
el delirio ardiente o la lenta agonía de la luz eran nubes fosforescentes en un cielo luminoso, bajo el
cual un horizonte borroso distanciaba definitivamente la realidad de la
ficción.
(De la novela "Eucaliptos rojos")
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