lunes, 15 de mayo de 2017

EL GATO DE SCHRÖDINGER NOS SALUDA



        FALSAS PARADOJAS CUÁNTICAS


Erwin Schrödinger nació un 12 de agosto de 1887 en Viena, entonces capital del imperio austrohúngaro y un hervidero cultural y científico de primer orden. Algunos coetáneos suyos fueron Albert Einstein, Karl Popper, Lugwing Wittgenstein, Kurl Gödel, Sigmud Freud, Stefan Zweig o Gustav Klint, por citar solo algunos de ellos. Erwin Schrödinger recibió en 1933 el premio Nobel por sus aportaciones a la física cuántica. Sus reflexiones sobre los movimientos del electrón y las ondas generadas por éste le permitieron desarrollar una célebre ecuación que lleva su nombre y que contempla como la onda evoluciona en el espacio y el tiempo.
En 1935 Erwin Schrödinger introdujo en sociedad su famosa paradoja del gato en un artículo publicado en la revista Die Naturwissenschaffen.
Erwin Schrödinger planteó un experimento mental. Un sistema que se encuentra formado por una caja cerrada y opaca contiene un gato en su interior, una botella de gas venenoso y un dispositivo, el cual contiene una sola partícula radiactiva con una probabilidad del cincuenta por ciento de desintegrarse en un tiempo dado. De esta forma si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.
Al terminar el tiempo establecido, la probabilidad de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto es del cincuenta por cien. Según la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema en ese momento (su función de onda) será el resultado de la superposición de los estados «vivo» y «muerto» (a su vez descritos por su función de onda). Sin embargo, una vez que se abra la caja para comprobar el estado del gato, éste estará vivo o muerto.
La superposición es una propiedad (muy especial e incomprensible a simple vista) que poseen los electrones de poder estar en dos lugares distintos al mismo tiempo, pudiendo ser detectados por  dos receptores y de esta manera pudiera creerse que el gato está vivo y muerto a la vez. Al abrir la caja y comprobar si el gato sigue vivo, perturbaremos este estado y observaremos realmente si el gato está vivo o muerto.
 En la descripción clásica del sistema el gato estará vivo o muerto antes de que abramos la caja y comprobemos su estado. Sin embargo, en la mecánica cuántica el sistema se encuentra en una superposición de dos estados posibles hasta que interviene el observador, lo que no encaja en absoluto con nuestra lógica. El paso de una superposición de estados a un estado definido se produce como consecuencia del proceso de medida, y no puede predecirse el estado final del sistema. Solo es posible saber la probabilidad de obtener cada resultado. La naturaleza del proceso sigue siendo opaca.
Erwin Schrödinger quiso demostrar con su experimento imaginario las lagunas existentes en la versión ortodoxa de la mecánica cuántica, pero no consiguió aportar demasiada claridad al asunto, más bien todo lo contrario. No se puede separar lo macroscópico de lo microscópico, como si fuesen mundos distintos. Asimismo, no se pueden extrapolar las ecuaciones da la mecánica cuántica a sucesos gobernados por las leyes de Newton. En una ocasión, el famoso físico teórico Stephen Hawking dijo, con evidente humor británico, respecto al experimento de Schrödinger: “Cuando alguien menciona al famoso gato, saco la pistola.”
En nuestros días, para superar ese dilema insalvable una nueva interpretación de la teoría cuántica aparece en el horizonte: el bayesianismo. La probabilidad bayesiana debe su nombre a Thomas Bayes, matemático británico y ministro presbiteriano del siglo XVIII, la cual amplia a la probabilidad estricta con matices derivados del conocimiento específico del observador acerca de un determinado suceso. Se refiere a la probabilidad condicionada a que se produzca otro suceso. Es como si jugásemos a apostar sobre algo porque conocemos aspectos concretos de la realidad que nos permiten predecir el futuro. Desde esta óptica la función de onda no está asociada a una realidad objetiva. Debe interpretarse como una guía de actuación para tomar decisiones inteligentes. Un sistema puede tener tantas funciones de onda como observadores. La función de onda por lo tanto puede ser la abstracción más poderosa jamás concebida.
El bayesianismo cuántico resuelve la paradoja del gato de Schrödinger al interpretar que la función de onda describe una realidad subjetiva del observador, no del estado del gato. El gato está vivo o muerto, pero no las dos cosas a la vez.  Lo opuesto equivaldría a decir, por ejemplo, que un tenista ha ganado y perdido un determinado partido simultáneamente. Sería un sinsentido de la razón. La eliminación de todas las falsas paradojas cuánticas nos conduce a centrarnos en las propiedades verdaderamente fundamentales de la realidad. No podemos hacernos preguntas absurdas sobre problemas imaginarios.
Esta interpretación novedosa de la teoría cuántica nos muestra que hay que estar siempre alerta y reconocer inmediatamente los hallazgos trascendentes, separando adecuadamente el trigo de la paja. Cuanto más te adentras en la complejidad de la realidad más te das cuenta de la simpleza del esquema global en el que estamos inmersos. Somos la suma de todo lo que nos envuelve. Esa es la auténtica sabiduría.
La física clásica es determinista, pero todas las experiencias de la mecánica cuántica nos señalan que venimos del azar.  La esencia de la realidad es inaprehensible. La realidad es un concepto sutil... Somos el todo y la nada. Posiblemente antes del big bang había vacío... y la nada es indefinible. Otras teorías apuntan que antes del big bang existía el infinito y que había, y sigue habiendo, otros universos. El gato de Schrödinger nos saluda.








miércoles, 22 de marzo de 2017

UN VACÍO DE ARENA BLANCA

Amador Vega es doctor en filosofía por la Universidad de Friburgo de Brisgovia y catedrático de estética en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Su mundo transcurre entre la metafísica y el arte. Defiende que no solo es conveniente leer a Husserl y Heidegger, sino que también la estructura del alma se encuentra en el arte de pintores como Mark Rothko, o poetas como Angelus Silesius o Paul Celan.
Sostiene que Oriente es algo más que un espacio físico, es una región espiritual cuando manifiesta: “Siria y el Líbano son una metáfora en la que convergen los conflictos de la naturaleza humana, el combate con nuestros propios demonios…porque todos estamos hechos de tiempo y de memoria. Y la finalidad de la filosofía es aprender a morir.”
En su “Libro de horas de Beirut”, Amador Vega nos transporta de forma mágica a esa geografía indeterminada donde todo es posible, en la que se puede leer tranquilamente a Proust o tomar un té con sus amigos libaneses. En Beirut el tiempo se estira hasta que casi se detiene, se escuchan los silencios mientras suena la voz quebrada del almuédano que sigue recitando plegarias religiosas sin fin.
Con minuciosa paciencia Amador Vega nos relata su estado anímico, con sus dudas, certezas y pensamientos filosóficos, mientras Beirut le contempla lejos de toda realidad. Voces y conversaciones están siempre presentes en ese país oriental, pues como Amador Vega nos confiesa, Corán significa precisamente conversación, recitación, y añade que viajar es combatir la densidad del tiempo recorriendo lugares, es desconfigurar la memoria de quienes somos, es esculpir cada día justo aquello que queremos ahuyentar de nosotros mismos.
Amador Vega es asimismo un entusiasta de la hermenéutica imposible, ese recorrido a ciegas por la filosofía del exceso. Y se detiene a conciencia en el locus non locus, ese lugar inasible y difícil de localizar del que habla el Maestro Eckhart, místico alemán del siglo XIII. Es algo así como el mítico Aleph borgeano, que contempla simultáneamente todos los puntos del orbe. La génesis y comprensión de una teología oscura llevan al Maestro Eckhart a una poesía cálida y desnuda que nos acerca a los lamentos de San Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús.
Amador Vega concluye que la huella del desierto del Maestro Eckhart es la imagen solitaria de Dios, como el grano de mostaza: parvum in susbtantia, magnum in virtute.
Estos pensamientos de Amador Vega se funden con el lenguaje nuevo que descubrió el visionario mallorquín Ramón Llull, que con su “ars combinatoria” asombró a la intelectualidad de toda Europa. Su forma y sus paralelismos con las técnicas cabalistas y sufíes la acercaban a la moderna informática. Es imposible predecir el futuro basándose en el pasado, pues el porvenir emergerá precisamente de hechos que hoy todavía no conocemos.
Amador Vega señala que si al valor de la experiencia visionaria del mallorquín añadimos su voluntad de comunicación nos hallamos ante un proyecto de hermenéutica espiritual con proyección universal. Y si damos un paso en el tiempo nos encontraremos, tal vez, en los bellos jardines de Kyoto, en el país del sol naciente. En ese mágico enclave Amador Vega medita acerca de los poemas del gran Matsuo Basho, que vivió en el siglo XVII, cuando dice que el bambú de sus versos no es una metáfora de la existencia. Especula sobre la experiencia budista de la realidad, insiste en que los elementos de la misma son reales y que solo son eso. Su mirada soñadora se desliza sobre un vacío de la arena blanca.
Amador Vega ha confesado: “Toda obra de creación auténtica esconde bajo lo profano, aspectos sagrados. La Rothko Chapel de Houston, no es solo una obra de arte fundamental de nuestro tiempo, sino que es un espacio dedicado al culto interconfesional.”
Los conceptos de vacuidad de Oriente y las religiones mistéricas están más cerca de lo que parece. Los silencios, la meditación mística y el arte parecen una misma cosa.
La exclamación arrebatada del Maestro Eckhart “Ruego a Dios que me vacíe de Dios” es quizás un reconocimiento de la divinidad mediante la paradoja de negarla.
Posiblemente Amador Vega estaba reflexionando sobre todo ello una tarde evanescente en Beirut o en un jardín de arena blanca en un país muy lejano.



jueves, 16 de febrero de 2017

LA LÓGICA DEL LENGUAJE SEGÚN WITTGENSTEIN


                                      

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Esta reflexión del filósofo vienés Lugwing Wittgenstein, uno de los más preclaros del siglo XX, resume de manera síntetica su visión sobre la filosofía del lenguaje. La obra de Wittgenstein, expresada en aforismos como si de un libro sagrado se tratara, bucea en la interpretación del significado del lenguaje e indirectamente trata de establecer la relación entre éste y la realidad. Este planteamiento wittgensteniano define el alcance de nuestra realidad ingenua, la que nos permite contemplar el universo cómo exactamente nosotros lo vemos.
John Locke, un pensador inglés del siglo XVII, considerado el padre del empirismo, había expuesto que las ideas emanan de nuestra experiencia sensible, atribuyendo al lenguaje una finalidad comunicativa. Para Locke las palabras eran signos de concepciones internas. El lenguaje es una eficaz forma de comunicación, al igual que los gestos, el olfato, los sonidos o el tacto. Las palabras, la gramática y la semántica son algunos sillares del lenguaje y han ido progresando de forma evolutiva, aportando precisión y restando ambigüedad a la comunicación. El lenguaje además de hablado puede ser escrito y por razones histórico-geográficas posee diferentes modalidades que llamamos idiomas.
San Agustín en las Confesiones consideraba que adquirimos el lenguaje mediante un aprendizaje por ostensión, conociendo el significado de las palabras al vincularlas a su uso. Estas ideas de Agustín de Hipona influyeron notablemente en la filosofía wittgeinstiana.
A los seres, objetos y conceptos les asignamos palabras que los identifiquen. Es una manera de etiquetar fragmentos de realidad para disponer posteriormente de patrones de referencia a los que podamos acudir para comunicarnos. A su vez, las reglas gramaticales y de uso del lenguaje nos sirven para establecer proposiciones lógicas que relacionen de forma inequívoca los distintos términos que forman parte de nuestro diccionario lingüístico. El lenguaje es una consecuencia de la actividad cerebral y alguna de sus propiedades como la memoria son factores determinantes en la eficacia y utilidad del mismo.
La estructura del lenguaje y el conjunto de palabras que lo integran ayudan a pensar con claridad, evitando la confusión. Asimismo, un pensamiento conciso ayuda a desarrollar un lenguaje dotado de lógica y eficacia. La relatividad lingüística de Sapir–Whorf establece que existe una relación entre las categorías gramaticales del lenguaje y la forma de conceptualizar el mundo. Lenguaje y pensamiento se retroalimentan en avance progresivo hacia la excelencia en la comunicación. Se considera que el lenguaje como expresión comunicativa es el resultado de la eliminación de la materia y la energía de un acontecimiento. El lenguaje como expresión de ideas abstractas y simbólicas ha sido un factor clave en el desarrollo de la inteligencia humana y es lo que nos diferencia realmente del resto de los animales.
El eminente filósofo alemán Gottob Fredge defendía que los significados de las palabras pertenecen a la sociedad y no a las mentes de los individuos. Lo que es exclusivo de las personas son sus representaciones subjetivas, de las que las palabras no son signos de representaciones internas como aseveraba John Locke.
Wittgenstein mantenía constantes discusiones metafísicas con su amigo Fredge y con su maestro Bertran Russel, acerca del significado profundo del lenguaje. Wittgenstein en el  Tractatus logico-philosophicus  consideraba el lenguaje como forma a priori kantiana que estructura el pensamiento y expresa la verdadera naturaleza de sus límites. Algunas reminiscencias kantianas las encontramos también en Jorge Luis Borges, que entendía el lenguaje como parte de la ficción y por esto aseguraba que no puede transmitirnos un conocimiento idóneo del mundo.
En el Tractatus logico-philosophicus  subyace una teoría de la representación figurativa del signo, como algo que hace las veces de idea o realidad. Los signos son convencionales, y por eso hay múltiples idiomas, pero los pensamientos no lo son. Sin embargo, hay expresiones que no se pueden exponer mediante una comunicación cognoscitiva y que sólo se pueden mostrar. Una de estas entidades es la estructura lógica de las construcciones lingüísticas. Esta primera obra de Wittgenstein posee un carácter marcadamente dogmático, como así reconocería posteriormente su autor. Es un análisis rigurososo de cómo funciona el pensamiento humano y pretende explicar su verdadera naturaleza. Proposiciones lógicas y tautologías constituyen el cuerpo de una nueva filosofía wittgeinsteniana. Las proposiciones indecibles Gödelianas, nacidas como crítica al trabajo de Bertran Russel, eran un desafío que motivaba a Wittgenstein a rizar el rizo de las especulaciones filosóficas entorno a la lógica matemática y su posible influencia en los sistemas lingüísticos.
Años después, Wittgenstein se arrepintió de ciertas conclusiones expuestas en su Tractatus logico-philosophicus  y quiso rebatirlas en una nueva obra que tituló Investigaciones filosóficas. Según este nuevo estudio de Wittgenstein, el lenguaje debe considerase en el seno mismo de los diversos contextos comunicativos y de las reglas de uso de las palabras en dichos contextos. Se pasa de la lógica subyacente al lenguaje, que era como un a priori kantiano, a la gramática real de los usos del lenguaje.
El lenguaje para Wittgenstein es el resultado de su utilización, teniendo su razón de ser en contextos de comunicación. Las palabras no son meras representaciones mentales de la realidad. El juego del lenguaje debe ser contemplado como método heurístico. El lenguaje no posee la función paradigmática de establecer la conexión esencial entre  lenguaje y la realidad. El lenguaje es el resultado de una rigurosa lógica matemática. A la propia filosofía trascendental se le aplica un nuevo paso de rosca en busca de los hilos invisibles del pensamiento.
 El significado de una palabra debe ser abierto y polisémico.  La polisemia tiene su importancia, como manifiesta el físico catalán Ricard Solé, en los conglomerados neuronales, que facilitan una estructura de mundo pequeño, que favorece enormente la capacidad comunicativa. Wittgenstein defiende que ni el sentido, ni el valor intrínseco de las palabras pueden establecerse al márgen de la realidad cotidiana del lenguaje. Wittgenstein también analiza cuidadosamente las diferencias funcionales semióticas de los signos linguísticos.
En su nueva concepción del lenguaje,  Wittgenstein cambia completamente su punto de vista y rompe con la teoría de la figuración. Wittgenstein centra su interés en los  distintos juegos del lenguaje. Wittgenstein pasa de la lógica a un discurso sin reflejos, a la distorsión en múltiples lógicas locales, donde es imposible encontrar una certidumbre última. El lenguaje es mucho más que palabras. Lo que hace al lenguaje es su uso, sus prácticas de utilización en los diversos juegos. La gente aprende a hablar con las prácticas y las formas de vida, que no se pueden describir. Los usos forman diferentes significados y entre ellos sólo hay vagas semejanzas. 
El estudio profundo de la filosofía del lenguaje y sus significados llevó a Wittgenstein al concepto de silencio metafísico. La ausencia de lenguaje con sentido nos instala en la esfera de la ética, de la estética y de la mística. El lenguaje es interpretado como elemento del espacio lógico. El lenguaje acaba en una densa incomunicación, llena de sentido, pero que paradójicamente no puede formularse.
Wittgenstein captó la realidad a través del lenguaje, con todas sus variantes semánticas, estructurales y culturales. Su mundo iluminaba su mente a través de sus estudios eruditos sobre el lenguaje. Wittgenstein persiguió toda su vida lo absoluto. Este misticismo trascendente le proporcionó momentos sublimes de gloria y felicidad. Cercana ya su muerte, no obstante, la exaltación efímera de este mundo no tenía ya ningún valor para el filósofo de la lógica lingüística. Su realidad ingénua estuvo siempre mediatizada por el estudio de la metafísica del lenguaje y la interpretación de los múltiples metalenguajes subyacentes.


BIBLIOGRAFÍA
1.     Ludwig Wittgenstein. Tractatus logico-philosophicus. Alianza Editorial. Madrid, 2009.
2.     Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas. Editorial Crítica. Barcelona, 2008.