Amador Vega es doctor en filosofía por la Universidad de Friburgo de
Brisgovia y catedrático de estética en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Su mundo transcurre entre la metafísica y el arte. Defiende que no solo es
conveniente leer a Husserl y Heidegger, sino que también la estructura del alma
se encuentra en el arte de pintores como Mark Rothko, o poetas como Angelus Silesius o Paul
Celan.
Sostiene que Oriente es algo más que un espacio físico, es una región espiritual cuando manifiesta: “Siria y el Líbano son una metáfora en la que convergen
los conflictos de la naturaleza humana, el combate con nuestros propios
demonios…porque todos estamos hechos de tiempo y de memoria. Y la finalidad de
la filosofía es aprender a morir.”
En su “Libro de horas de Beirut”,
Amador Vega nos transporta de forma mágica a esa geografía indeterminada donde
todo es posible, en la que se puede leer tranquilamente a Proust o tomar un té con sus amigos libaneses. En Beirut el tiempo
se estira hasta que casi se detiene, se escuchan los silencios mientras suena
la voz quebrada del almuédano que sigue recitando plegarias religiosas sin fin.
Con minuciosa paciencia Amador Vega nos relata su estado anímico, con sus
dudas, certezas y pensamientos filosóficos, mientras Beirut le contempla lejos
de toda realidad. Voces y conversaciones están siempre presentes en ese país
oriental, pues como Amador Vega nos confiesa, Corán significa precisamente conversación, recitación, y añade que
viajar es combatir la densidad del tiempo recorriendo lugares, es desconfigurar
la memoria de quienes somos, es esculpir cada día justo aquello que queremos
ahuyentar de nosotros mismos.
Amador Vega es asimismo un entusiasta de la hermenéutica imposible, ese recorrido a ciegas por la filosofía del
exceso. Y se detiene a conciencia en el locus
non locus, ese lugar inasible y difícil de localizar del que habla el Maestro Eckhart, místico alemán del
siglo XIII. Es algo así como el mítico Aleph
borgeano, que contempla simultáneamente todos los puntos del orbe. La génesis y
comprensión de una teología oscura llevan al Maestro Eckhart a una poesía
cálida y desnuda que nos acerca a los lamentos de San Juan de la Cruz y de
Teresa de Jesús.
Amador Vega concluye que la huella del desierto del Maestro Eckhart es la
imagen solitaria de Dios, como el grano de mostaza: parvum in susbtantia, magnum in virtute.
Estos pensamientos de Amador Vega se funden con el lenguaje nuevo que
descubrió el visionario mallorquín Ramón
Llull, que con su “ars combinatoria” asombró a la intelectualidad de toda
Europa. Su forma y sus paralelismos con las técnicas cabalistas y sufíes
la acercaban a la moderna informática. Es imposible predecir el futuro
basándose en el pasado, pues el porvenir emergerá precisamente de hechos que
hoy todavía no conocemos.
Amador Vega señala que si al valor de la experiencia visionaria del
mallorquín añadimos su voluntad de comunicación nos hallamos ante un proyecto
de hermenéutica espiritual con proyección universal. Y si damos un paso en el
tiempo nos encontraremos, tal vez, en los bellos jardines de Kyoto, en el país
del sol naciente. En ese mágico enclave Amador Vega medita acerca de los poemas
del gran Matsuo Basho, que vivió en
el siglo XVII, cuando dice que el bambú de sus versos no es una metáfora de la
existencia. Especula sobre la experiencia budista de la realidad, insiste en
que los elementos de la misma son reales y que solo son eso. Su mirada soñadora se desliza sobre un vacío de la arena blanca.
Amador Vega ha confesado: “Toda obra de creación auténtica esconde bajo lo
profano, aspectos sagrados. La Rothko
Chapel de Houston, no es solo una obra de arte fundamental de nuestro
tiempo, sino que es un espacio dedicado al culto interconfesional.”
Los conceptos de vacuidad de Oriente y las religiones mistéricas están más cerca de lo
que parece. Los silencios, la meditación mística y el arte parecen una misma
cosa.
La exclamación arrebatada del Maestro Eckhart “Ruego a Dios que me vacíe de Dios” es quizás un reconocimiento de
la divinidad mediante la paradoja de negarla.
Posiblemente Amador Vega estaba reflexionando sobre todo ello una tarde evanescente
en Beirut o en un jardín de arena blanca en un país muy lejano.
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