Arribé con mi esposa a Buenos Aires una madrugada no demasiada fría de
agosto. El remise que nos llevó al
hotel, situado en el barrio residencial de la Recoleta, tras recorrer unos
cuantos kilómetros de autopista atravesó una ciudad de parpadeantes luces
multicolores. Buenos Aires como reza la leyenda es una ciudad que nunca duerme.
La Recoleta es alegre y majestuosa, llena de casas de estilo francés, buenos
restaurantes, boutiques con estilo y grandes zonas verdes que oxigenan el
ambiente.
Una de las visitas obligadas de Buenos Aires es el Museo de Carlos Gardel, ubicado en el popular arrabal de Abastos. En el
citado museo, que es la casa en la que vivió el cantante con su madre, se puede
seguir trayectoria del genial interprete de tangos, desde sus orígenes hasta su
trágica muerte. El año 1923 el cantante adquirió la nacionalidad argentina.
Se pueden observar fotografías de su juventud en la ciudad francesa de
Toulouse, donde se afirma que nació, objetos personales, se pueden escuchar
todas sus canciones (más de ochocientos registros) y se puede ver, entre otros interesantes objetos, el lienzo
algo descolorido que cubrió su féretro en su largo viaje desde Colombia hacia
el camposanto bonaerense de “La Chacharita” el año 1935.
Estábamos esperando para asistir a una visita guiada cuando escuché que
alguien relataba que habían existido dos Gardeles, uno francés y otro uruguayo,
y que luego confluyeron en uno, el conocido cantante de tangos. Aquel
comentario me llamó poderosamente la atención, por lo que no pude reprimirme y
pregunté al autor de tal aseveración cómo aquello era posible.
Luis, un experto en Gardel, de
mirada profunda y cabellos canosos, nos explicó, bajo la atenta mirada de su mujer, que cuando Gardel era joven
para librarse del servicio militar francés, a través de un amigo, se hizo con
un pasaporte uruguayo. Como lugar de nacimiento pusieron Tacuarembó, y de ahí surgió
el origen de la polémica. Incluso, me contó Luis, que existe un Museo Gardel en
Uruguay parecido al de Buenos Aires, y que él y su esposa lo habían visitado en
una ocasión.
Carlos Gardel murió en un accidente aéreo en Medellín, cuando su avión no
alcanzó a despegar. El impacto de su muerte fue tremendo en Argentina y las
imágenes de su entierro, proyectadas sobre una pared blanca del museo, son
estremecedoras, con miles de personas llorando por el astro perdido. Gardel
formaba parte del pueblo y aún hoy sigue vivo su recuerdo en el corazón de infinidad de
personas de todo el orbe.
Inesperadamente a Luís le sonó el móvil durante la visita guiada, y pudimos
oír con sorpresa una inmortal melodía:
Volver
con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las
sombras
Te busca y te nombra.
Otra de las personas que formaba parte del reducido grupo de la visita
aquella tarde era una colombiana que desde pequeña había oído hablar de Gardel
en su ciudad. Nos confesó emocionada que cuando ella nació, en su ciudad natal,
Medellín, no se hablaba de otra cosa que de la muerte de Carlos Gardel. Ese
sentimiento profundo le había acompañado toda su vida.
Como expresaría más tarde Luis en un e-mail, había sido algo mágico
compartir con todos los presentes aquella
pequeña fracción de nuestras vidas. Carlos Gardel fue el hilo invisible de
tan emotiva vivencia… Sentir que es un
soplo la vida. Que veinte años no es nada…
Cuando salimos al exterior del museo, el aire sonaba a tango,
lloviznaba, y la brisa olía a dulce de leche.
FOTOGRAFÍAS (De arriba abajo):
FOTOGRAFÍAS (De arriba abajo):
1. Cartel de una película de Carlos Gardel. (Museo Carlos Gardel/Buenos Aires)
2. Testamento autógrafo de Carlos Gardel, 1933. (Museo Carlos Gardel/Buenos Aires)
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