Mi curiosidad va más allá del discernimiento de la verdadera identidad de
un personaje histórico o de averiguar si un hecho aparentemente portentoso
puede explicarse atendiendo a alguna de las leyes físicas conocidas. Lo que
realmente me embelesa es poderme sumergir en el océano surrealista del
conocimiento y perderme en los rincones más absurdos de nuestra realidad
virtual, más allá de temores, prejuicios o falsas reglas sociales. Me interesa
la verdad, aunque me duela. Me fascina leer entrelíneas la historia del
universo y de la humanidad para descubrir enigmas ocultos relativos a la vida y
la muerte. Mi afán es captar la esencia de las cosas. Me apasionan los metalenguajes de las lenguas evidentes, porque nos muestran maravillas
insospechadas.
Escribo estas memorias improvisadas porque
tengo la imperiosa necesidad de hacerlo. Siempre he tenido una curiosidad casi
enfermiza por conocer todo lo que me rodea, inclusive lo intangible. Tal vez
esa sea la última explicación de mi casi hermética tarea. Soy agnóstica, más me interesa ahondar en la
naturaleza de las religiones, acaso con la secreta esperanza de que algún día
se produzca un milagro o una iluminación. La verdad es que no creo demasiado en
esa última contingencia, pero me resisto a cerrar definitivamente las puertas a
esa posibilidad improbable.
A veces, cuando leo
un texto filosófico que me enardece, tengo la sensación que no acabo de
comprenderlo del todo. Se apodera de mí un inexplicable arrebatamiento y se me adormecen dulcemente los sentidos. Aquello
que no concibo con la luz del entendimiento lo percibo con un sexto sentido, ese piloto automático de nuestro cerebro,
esa red de sinapsis excelsas que
trabaja más que nunca cuando estamos relajados y nuestra actividad mental
parece menguar.
Los antiguos Mayas
habían alcanzado la sapiencia más preciada…Llenaban sus crepúsculos añiles de
sangre inocente proveniente de sacrificios cruentos y bebían extasiados del
cáliz eterno de la juventud. ¿Especulaban acaso que la vida de un hombre posee
sólo un precio relativo?
Se sabe que uno de
los valores más valiosos de la humanidad son las relaciones entre los
individuos de una colectividad…los lazos invisibles que los une, sus emociones,
sus creencias compartidas. Esta red invisible configura valores intangibles
como la moral y la ética…y el amor, que crea una fuerte dependencia entre los individuos de una
sociedad…milagro cotidiano en el que se preserva la vida, la vida con luces de neón.
De todo ello hay
quién concluye una atroz paradoja: la vida individual es tremendamente valiosa
para el conjunto de la sociedad, pero una vida aislada apenas tiene ningún
valor en sí misma. Y la supervivencia se sostiene también por otros valores
espirituales, como la cultura, que
configura una evidente hipótesis de existencia.
Contemplados desde la
luna, hombres y mujeres son vidas que se encienden y se apagan. Un día también
se acabará nuestro universo, según recientes descubrimientos astronómicos.
Seremos fuego eterno y finalmente ceniza.
Ahora me siento un
poco más sabia… también, un poco más vieja. Los conceptos antagónicos se dan la
mano en un yin yang infinito. El
tiempo se encorva sobre sí mismo y se reinventa cada día un millón de veces.
Las verdades aprehendidas son el preludio de la sabiduría.
Del libro “Preludio
de la sabiduría” de Francesc Montejo
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