Mientras Alesia se pasea por Agnopolis, los poros de su piel se impregnan
de olor a salitre, a brea, a ciudad vieja, a guisos marineros, a humo de
velas... Y sin saber cómo su subconsciente la devuelve al tiempo nostálgico de
su infancia idolatrada, a la magia inconmensurable de una ciudad mediterránea
con raíces romanas y pétreos monumentos, envuelta por un halo dorado y un
pasado glorioso.
Cuando terminé la novela sentí la necesidad de dejarla leer a mi familia
y a alguno de mis mejores amigos, y sin saber exactamente por qué también pensé
en enviarle un ejemplar dedicado al Papa Benedicto XVI, que hacía poco
acababa de renunciar a la Cátedra de San Pedro. Creí que, tal vez, en
aquellos momentos el pontífice tendría un poco más de tiempo de lo que había
sido habitual en su vida en el transcurso de los últimos años y podría echar un
vistazo a mi escrito. Es indudable que en la doctrina de la fe, el eminente
teólogo, es toda una autoridad.
Al cabo de unos meses, Benedicto XVI me envió una carta en la que
muy afectuosamente me expresaba su parecer. Deseo ahora agradecerle
públicamente la gran amabilidad que me mostró y dedicarle mi novela. Me
encantaría también poder compartir con todas las personas que lo deseen ese
breve ensayo o reflexión acerca de la relación entre la fe y la realidad
empírica verificable, aunque, como veréis más adelante, sobre esa dualidad aún
queda mucho por decir.
¿Ciencia y religión son caras de una misma moneda?
Francesc Montejo: Del
prefacio de “Liturgias imperfectas”
La novela
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