Lo acaecido el viernes
pasado en París es un sinsentido de horror y tinieblas. Sus calles aún huelen a
pólvora y a a sangre. Las guerras son reminiscencias de mecanismos evolutivos de
supervivencia grabados a fuego en el ADN del homo sapiens. Con el desarrollo de la cultura las guerras han
perdido su funcionalidad original y la utopía de una paz perdurable en el mundo
tendría que ser el objetivo ineludible de todos.
Pablo Picasso era un idealista y su
obra así lo refleja. En mi novela “Liturgias
imperfectas” la protagonista dice en voz baja:
“Observo la pena inconsolable de una madre de mirada plana y
delirante. El paisaje se quiebra en torbellinos de polvo ardiente y plomo. Prevalece un caos bajo un resplandor
mortecino. Un toro desgarra un rugido estremecedor, enarbolando sus pitones con
fuerza apocalíptica. La tierra cruje mientras una fina lluvia de fuego tiñe el
horizonte de pesadumbre. Se distorsionan los objetos y luces centelleantes
desgajan el espacio”, susurró Alesia con voz afectada.
Ella está frente a un
cuadro histórico, pero podría referirse perfectamente a la sinrazón de los
sucesos de París. Picasso pintó su enorme lienzo denominado Guernica
la primavera de 1937 precisamente en París.
El Guernica nos
recuerda cada día la inutilidad del sufrimiento y de las guerras y debería ser un icono indestructible de esa paz que nunca nos alcanza.
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